1. Deja claro desde el principio cuál es el rol de cada uno.
El profesor es el profesor y el alumno es el alumno. Podrán llevarse bien, pero el maestro nunca debe olvidar cuál es su papel. Para ahondar en su carácter de educador y potenciar su autoridad, el profesor debe evitar en todo momento el ‘colegueo’ con los alumnos, ya que ello podrá jugar en su contra si llega el momento de amonestar al alumno por alguna razón. Esto no significa que el maestro no pueda charlar amigablemente con la clase, pero sí que nunca debe hacerse en calidad de amigo, como si se tratara de uno más del grupo.
2Establecer unas normas desde el principio.
Es preciso hacer saber a la clase desde un primer momento que existen unas normas que deben seguirse, y que su incumplimiento acarreará una serie de consecuencias. Es bueno que esta normativa se establezca con la colaboración de toda la clase, así los alumnos se sentirán más implicados y es más probable que sigan las normas. Una buena idea en este sentido es elegir un delegado de clase que sirva como un nexo entre las demandas del alumnado y el profesor. Así, los alumnos sentirán que se escucha lo que tienen que decir.